Inicio de primavera penquista en la década de los 50. Es un domingo soleado, de aquellos en que el calor ya comienza a asomar por Concepción. La monotonía dominical, de pronto, se ve interrumpida por un cortejo fúnebre que aparece en medio de avenida O´Higgins, algo bastante inusual por el lugar y el día.
Se trata de un largo convoy de automóviles con personas dolientes, encabezado por un coche tirado a caballos y guiado por dos cocheros de rigurosa levita negra, sombrero de copa y guantes negros, quienes dirigen con un rictus severo a los equinos, mientras un intenso aroma a gladiolos inunda todo el sector. Atrás, descansa un impecable ataúd de caoba negra rodeado de coronas fúnebres.
Al llegar al Teatro Concepción el cortejo se detiene, a la misma hora que cientos de penquistas que se dirigen a la misa de 12 en la Catedral presentan sus respetos al muerto. Sin embargo, algo extraño sucede pues, inquietos, los cocheros discuten entre ellos.
¡Algo está golpeando el ataúd! – grita a su copiloto el que lleva las riendas. Este, nervioso, parece asentir, pero no se ve muy seguro. Le cuchichea algo al conductor y ambos giran levemente la cabeza hacia atrás, aunque no miran por completo, como si no se atrevieran. Algunos de los deudos se bajan de sus automóviles y se acercan a ver qué ocurre. Un joven, muy molesto, los increpa por la falta de respeto hacia el fallecido y les exige una explicación.
¡Pero qué imbecilidad está diciendo, hombre! – responde el joven, quien es estudiante de Química y Farmacia de la Universidad de Concepción y aparentemente familiar del difunto.
¡Yo voy a ver qué pasa! agrega el alumno de Química, envalentonado por el coro de deudos que se ha agolpado a ver qué pasa.
Así, con paso resuelto, se acerca al ataúd, justo en el momento en que, en efecto, surge desde su interior un fuerte golpe, como si el fallecido estuviera golpeando la tapa. Se produjo un silencio sepulcral (literalmente), interrumpido por un nuevo golpe. Nadie sabía cómo reaccionar. Dos mujeres vestidas de negro de pies a cabeza se tomaron las manos, enlazadas por un rosario, y comenzaron a rezar. Varios de los penquistas que se dirigían a la Catedral o alimentaban palomas en la plaza se acercaron también y de pronto era ya una multitud la que rodeaba el ataúd, gentío que se dispersó cuando finalmente comenzó a moverse la tapa.
Sin que nadie entendiera muy bien lo que pasaba, de pronto emergió desde el interior la figura del fallecido, un hombre pálido y muy joven, vestido de terno, quien se sentó en medio del asombro generalizado. La reacción general fue de pánico.
¡Resucitó! – gritaron varios creyentes que, por una milésima de segundo, creyeron que se había producido un milagro. Otros, más sensibles, simplemente se desvanecieron, pero todo quedó en nada cuando el muerto pareció recobrar el aplomo y se dirigió a la multitud:
¡No me voy a morir aún, porque la próxima semana comienza la Fiesta de la Primavera en la Universidad de Concepción!
Así comienza la historia de las famosas fiestas de la primavera.
En 1974, la 7ª. Compañía de Bomberos decide participar de esta magnífica fiesta de la sociedad penquista. Sobre la chimenea del cuartel yacía un perro salchicha amarillo de unos 25 cm de longitud y ya sin ruedas, que correspondía a un juguete de goma que regaló un niño para una campaña de recolección de ropa y juguetes después de las brutales inundaciones de comienzos de los años 70. Mirando ese perro de goma, el Teniente Coronel de Carabineros, Sr. Hugo Riveros C. (quien fue nombrado en octubre de 1974 por la Junta de Oficiales como voluntario sin obligaciones), tuvo la idea de que la compañía se presentara a esta fiesta con un carro alegórico de un perro salchicha. Es así como el 18 de octubre de ese año la Junta de Oficiales acuerda poner en marcha esta idea y presentarse en la fiesta de la primavera que se efectuaría a mediados de diciembre de 1974.
Los primeros días de diciembre comenzaron los preparativos, se trabajó día y noche por turnos. Se creó una comisión formada por el Capitán, Sr. Herbert Fahrenkrog, la Sra. de don Pedro Spoerer, doña Eliana Hudson, y el Teniente Coronel Riveros. Todos participan, voluntarios, cadetes, damas septinas, pololas, hijos, etc.
El esqueleto del perro fue un poste de madera, como los antiguos de telefonía, al que se fijaron un par de ruedas como las que usaban para transportar dichos postes. Adelante se usó un eje delantero de un viejo tractor que tenía las ruedas muy juntas. El eje fue acondicionado en la maestranza del voluntario Guillermo Goss.
Sobre ese improvisado chassis se montó la estructura de madera y fierros de construcción, forrándose con malla de gallinero para posteriormente ser cubierto con papel en cada agujero de dicha malla. Movía sus patas de atrás y de adelante cuando avanzaba en línea recta, pero para doblar era todo un tema. En las curvas había que desacoplar las patas delanteras, y doblar a mano.
Los ojos fueron armados con marco de madera y cubiertos de tela y celofán, con pupila de cartón, pintada diligentemente por el Voluntario Willy Luck. Las Orejas eran de tela negra con estructura de alambre.
El interior de la estructura se prendían guirnaldas de luces hechas con cables y ampolletas corrientes, dando así una imagen de iluminada y vistosa al exterior. Todo este sistema se energizaba desde un generador que prestó el Cuerpo de Bomberos, el cual iba en la parte trasera de la camioneta marca “Borgward” del Voluntario Pedro Spoerer, quien, además, con mucho cuidado, iba tras el perro en pleno desfile……el perro salchicha que quedo de 14,5 m de largo, debió haber sido todo un espectáculo.
El carro requería también una comparsa debidamente vestida. Es así como se definió disponer de trajes tiroleses, los que fueron fabricados por las damas septinas. Paulina Wolf de Saip, Carmen Cartes de Hohf, Irma Cartes de Cleveland, Cecilia Concha, Edna Ruff de Griebe, Graciela Moreno de Peter y muchas otras que ya no recordamos, fueron organizadas por La Sra Eliana Hudson de Spoerer para que con la ayuda de las pololas de los Voluntarios jóvenes se avocaran a la magna tarea. Se hicieron pompones de lana con los colores rojo y azul para adornar las calcetas blancas, se fabricaron sobreros tiroleses de paño con cinta y pluma incluida, se cortaron y cocieron chaquetitas tipo bolero de color azul y bordes rojos, los que junto a camisa blanca, pantalones cortos con suspensores y bototos, formaron el traje masculino para una comparsa de 12 Voluntarios. Las señoras y pololas de los voluntarios por su parte, prepararon sus vestidos tipo “Dirndl” y sus cintillos con flores, para estar a la altura de damas del tirol. Durante dos semanas antes del evento, se reunieron en las tardes en el cuartel, alrededor de las 19 horas las damas septinas, donde con varias máquinas de coser se elaboraban cual sastrería de la época, los requeridos trajes. El nexo con la organización general y logística para este batallón femenino, era el entonces Secretario Adolfo Sickinger. Su misión, asegurar terminar la laboriosa confección de todos estas prendas para el desfile.
El cuartelero de la época, Eduardo Perry, siempre tuvo disponible el casino, con café y algún dulce para amenizar las jornadas de trabajo. Todos estaban comprometidos con el éxito de este carro alegórico.
Un día antes del desfile, el sábado en la noche, vino el gran desastre. En los arreglos finales saltó una chispa de soldadura al papel que se estaba colocando y resultó quemada una buena parte. Alguien estaba con un balde de agua de agua a mano y lo apagó, pero se habían dañado varios metros cuadrados. Así que a redoblar las manos que insertaban papelitos tipo servilletas en los agujeros de la maya para reponer lo dañado. Señoras e hijos de Voluntarios de la época colaboraron en ello y al mediodía del domingo, ya no quedaba rastro de la quemadura sufrida por el perro en su piel de papel.
El Voluntario de la 7ª. y Superintendente de la época, Sr. Omar Neira, arribaba al cuartel al mediodía, provisto con compresor de aire, pistola para pintar y pintura ad-hoc que traía desde su empresa, un renombrado taller de automóviles de la ciudad, para darle color al carro alegórico que hasta aquí, salvo los ojos, era blanco papel. Después de unas horas, el perro estaba pintado al duco, con un suave color amarillo y las puntas de la nariz y de sus patas, negras. También se terminó el cuello con tela oscura, a modo de bufanda, pues se había acabado el papel. Esta bufanda también servía para disimular el mecanismo que permitía mover la cabeza y la boca del perro.
Ya el domingo en la tarde los ánimos bajaban, el cansancio se hacía notar, pero el Teniente Coronel Riveros junto a su señora llegan con una bandeja de alfajores para compartir junto a un reponedor café, lo que volvió a animar a los esforzados trabajadores. El perro salchicha estuvo listo para salir, ese domingo a las a las 07 pm, llegó la hora de vestirse con los trajes tiroleses ya listos.
Rodrigo Monsalve (cadete de la Compañía en esos años) iba dentro del perro salchicha, sobre el tren delantero, y con sus pies abría y cerraba el hocico y con sus manos movía la cabeza de un lado para otro. En la parte trasera del perro iba el cadete Enrique Lara, quien era el responsable de mover la cola. El avance se lograba con el esfuerzo físico de Walter Hellwig quien, junto a otros voluntarios, tiraba del carro por las calles de Concepción.
Siendo las 20:00 horas del domingo festival, hace su entrada al desfile en calle Tucapel con O’Higgins, el gran perro salchicha. Grandes vítores y aplausos completan la plaza y las calles del desfile: Barros Arana hasta Tucapel, O’Higgins y Caupolicán, terminando aproximadamente a las 23 horas, después de varias vueltas al circuito mencionado. La Compañía recibe un diploma honorifico con el 4° lugar. Otras instituciones o empresas conocidas también presentaron carros alegóricos, como un Dragón por parte de Enap, Un teléfono por parte de la Compañía de Teléfonos de Chile, un vaso schopero gigante por parte del Colegio Alemán de Concepción, Un mono relojero, entre otros.
Terminando esta actividad, el perro salchicha termino en la parte exterior del cuartel por varias semanas, siendo la atracción de los niños que paseaban por el parque. Incluso, se hizo hasta una canción en honor al perro salchicha.
¿¿Como termino el famoso perro salchicha?? Sus mismos creadores lo quemaron frente al cuartel una tarde, cuando comenzaba a caer la noche. Varios conocemos el nombre del pirómano que le prendió el fuego, pero lo mantendremos en reserva. Ya no se necesitaba de esta estructura… ¡¡¡La misión se había cumplido!!!
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